… están enamorados


Todo el tiempo que pasan juntos, sus principios, sus finales, cuando todo parece llegar a lo último, vuelve a empezar. Y sentís sus abrazos más fuertes y sus palabras más suaves y sus sonrisas más luminosas.
Cada caricia va directo al alma, y no pueden hacer nada más que sentirse felices, no sienten más que comodidad entre los brazos del otro. Y cuando abundan los silencios, son silencios compartidos, silencios que no incomodan, silencios en complicidad. Saben cuando están mal, cuando están enojados, cuando están tristes, cuando están preocupados y sienten en la piel lo que el otro siente. Y sus esencias se necesitan y sus cuerpos se extrañan como actos inconscientes. El deseo de besarse, de mirarse, de quererse es más fuerte que cualquier otra cosa. La ambivalencia de necesitarse pero no sufrir si se perdiesen queda opacada por sus ojos. Y se entienden sin palabras y se intuyen los pensamientos. Quieren compartir los más mínimos detalles en sus vidas y tienen expectativas de un infinito juntos. En los días malos se necesitan tanto como en los buenos. Se imaginan en la oscuridad y en la claridad y en el silencio y en el sonido. Y sus corazones pierden las memorias de las lastimaduras de sus pasados, y definitivamente están enamorados.

Most of us are bitter over someone…


Un amigo me pasó una canción que dice: “And if you’re in love, then you are the lucky one, cause most of us are bitter over someone…” (Si estás enamorado, entonces vos sos el afortunado, porque muchos de nosotros estamos amargados por alguien más)

Hoy a las siete de la mañana empezó a sonar en mi cabeza, y es tan cierta, claro que cada uno la puede interpretar como quiera. Y aún así, no se puede negar el hecho de que muchos de nosotros vivimos amargados por un amor que pasó, o uno no correspondido, o incluso uno que no tenemos. Los fantasmas de amores pasados, presentes y futuros que nunca van a ser.

Quienes pudieron seguir adelante de un corazón roto y están enamorados son los afortunados. Tienen suerte de haber tenido la suficiente valentía para reconocer una causa perdida y continuar. Estar enamorado puede ser la etapa anterior a quedar amargado por alguien. Todos esperamos que no, todos queremos “vivir felices para siempre” o por lo menos lo más que se pueda. Queremos estar enamorados eternamente de la misma persona y que cada día hacerse mutuamente felices.

Pero no siempre se puede, existen casos que pueden afirmar que para ellos sí, y claro, ellos son afortunados. Para muchos de nosotros no, y la verdad duele. No queremos aceptar que alguien a quien queríamos ya no esté o nos haya rechazado. El amor es ciego y el desamor aún más. Los desamores abren grietas que sólo se pueden llenar con más amor, y cada uno que falla nos deja más doloridos y con menos ganas de seguir intentando completar lo que nos falta.  Y pensamos que manteniendo la idea de esa persona que nos rechazó vamos a detener el dolor o no dejar que la grieta se haga más grande.

Pero está en cada uno aceptar que la grieta ya está para quedarse, lo más sabio es pasar a buscar a alguien que lo llene, y aceptar que quien puede llenarlo no es necesariamente quien nosotros queremos… si no quien nos quiere a nosotros.

Savannah y Cameron


Era una tarde gris de noviembre de 1996, la vieja estación Norte de Greenville se movía lento pero sin pausa, trenes que iban otros que llegaban, gente que subía apurada sin fijarse en los demás, gente que solo quería pasear, había de todo, como siempre. Era una estación normal, adentro había solo una señora que atendía a los que compraban pasajes, a donde fueran, ella tenía el boleto que los llevaría a destino, cualquier línea que tomaran. La señora era baja, regordeta, ya canosa, simpática pero se notaba que el pasar de los años la habían cansado. El lugar estaba pintado de blanco y amarillo opaco. En la única plataforma que había al lado de las vías, se encontraban dispuestos tres bancos que, la mayoría del tiempo, estaban ocupados por mujeres embarazadas, señores de mayor edad, niños que se quejaban de que le dolían las piernas de tanto tener que esperar la llegada del tren.

Savannah Richerson estaba completamente acostumbrada al movimiento de la estación, hacía 4 años que viajaba en un tren, a diario, que partía de esa estación. Iba a la universidad de Greenville pero debía tomar un tren que la llevara hasta ella. Tenía 30 minutos de viaje, no era mucho pero tampoco poco. Aunque todos los días se sentaba en el mismo lugar a esperar el tren, uno de los bancos que por suerte siempre tenía lugar disponible para ella, ese día no fue nada común.

Ella lo observaba mientras él hablaba con alguien que parecía ser un compañero de trabajo según su parecer, el era alto, de tez morena, espalda ancha, y ojos caramelos que siempre habían llamado su atención, desde el primer día en secundaria. Ahora Cameron era hombre de negocios, vestía un traje negro y estaba mucho más apuesto que la última vez que Savannah lo había visto en la graduación, pero lo reconocería en cualquier lado.

Aunque el chico no era el único que había cambiado, ella definitivamente ahora era más alta y esbelta y su pelo se había aclarado. Cursaba el último año de veterinaria, amaba a los animales y se dedicaría a cuidar los caballos de su padre cuando terminara. Había estado enamorada de Cameron durante mucho tiempo, pero él jamás había reparado en ella ni por un momento. Hablaban de vez en cuando, después de todo eran compañeros, pero no compatibles, nunca lo fueron. A decir verdad, en algún momento Savannah tuvo la impresión de haber llamado la atención del chico durante el tercer año de secundaria pero nada pasó.

A Cameron siempre le había fascinado la cuidad, el ruido, la gente, las corridas y sobretodo los números,  le encantaba el hecho de que su padre dirigía un banco en Nueva York y el soñaba con tomar su lugar algún día. Odiaba haber tenido que asistir a una secundaria en Carolina del Norte, odiaba el campo y el silencio.

Savannah se había criado en la tranquilidad de uno de los valles cerca de la ciudad de Greenville justamente en Carolina del Norte, amaba el lugar, ahí se sentía en su hogar.

La chica se sumía en todos estos pensamientos mientras observaba a su amado desde lejos, pensaba en que sería lo que lo había traído de nuevo a la ciudad de Greenville. De todas formas su amor por él había renacido en el momento en que lo vio en la estación, porque aunque no se había olvidado de él ya lo consideraba un imposible, por supuesto lo seguía considerando de esa manera aún en ese momento, ella no se iba a acercar a hablarle y tampoco esperaba que él le hablase a ella, ni siquiera creía que la fuera a recordar. Savannah no había tenido otro enamoramiento de ese tipo, tan fuerte, por otro chico, y había salido con varios durante sus cuatro años de carrera pero ninguno la convencía, y cada vez que su madre nombraba el tema ella lo evadía diciendo “mamá no tengo tiempo para esas cosas, ya llegará pero por ahora no”. En realidad no lo era lo que de verdad deseaba, soñaba muchas veces con tener a un chico al lado, que la quisiera y que viviera una historia de amor junto a ella, y pensaba eso como una de las razones por las que nunca había tenido un novio de verdad y solo tontos noviazgos de niños que sólo duraban tres meses, ella quería algo de película pero sabía que sus expectativas eran demasiado altas.

 Cameron había ido a quedarse a la ciudad, aunque lo odiaba, él y su padre habían hecho un plan para instalar una gran sucursal del banco de la familia en ese lugar, la ciudad parecía prosperar y eso le pintaba buenas expectativas a muchos de los accionistas y dirigentes del negocio, por lo tanto cuando se presentó la oportunidad, el chico se ofreció para ir a dirigirlo él mismo, frente a esta decisión primero tuvo una acalorada discusión con su padre quien argumentaba que el fracasaría en el lugar y que junto a eso quebraba el banco, pero después de un tiempo cedió y dejó que su hijo manejara la sucursal.

Cameron acaba de llegar del lugar, ese día se inauguraba la sede de banco. No le quedaba otra solución que empezar a vivir ahí, quedarse en la ciudad estaba fuera de discusión. Al mismo tiempo decidió tomar algunos cursos de administración bancaria y otros que había encontrado interesantes, todos dictados en la Universidad de Greenville.

Llegó el tren que todos los que iban a la universidad debían tomar. Savannah y Cameron se sentaron uno en frente del otro dentro del vagón. El tren aunque no tenía más de 10 años no se puede decir que era muy nuevo, es más Savannah siempre tenía el miedo de que se fuera a despedazar en algún momento del viaje, pero tenía una buena estructura y eso nunca había pasado, estaba oxidado y escrito por todas partes, pero los asientos habían sido renovados y eran muy cómodos.

Savannah dirigía discretas miradas a Cameron sólo para saber si él se daba por enterado, en algún momento, de quién era ella, pero durante todo el viaje el fue hablando con su acompañante y no pareció siquiera notar la presencia del señor que iba dormido a su lado que roncaba como si estuviera en su propia casa. Se dio por vencida después de un rato y en su mente estructuró la idea de que era en vano volver a ilusionarse con Cameron. Treinta minutos exactos habían pasado desde que subieron al tren en la estación hasta el momento en que llegaron a la estación a dos cuadras del lugar a donde se dirigían.

Cuando bajaron una voz femenina, inundando el lugar, gritó: -Savannah Richerson, al fin te encuentro- la nombrada, junto a todo el andén, giró para ver a quién pertenecía semejante grito, y Savannah se sonrió al observar que no era más que Maddie Atrem, su mejor amiga. Era una chica muy bonita rubia de ojos celestes, muy inteligente y Savannah se había hecho su amiga el primer día en que entró a un aula universitaria cuando la chica, que no guardaba ni una palabra en su interior, mientras ella buscaba asiento, pasó a su lado y le comentó  que estaba tan nerviosa que creía que iba a estallar. Savannah sonrió y buscaron lugar juntas, desde ese momento no cortaron amistad, estudiaban juntas, realizaban las prácticas en el mismo lugar, y disfrutaban de las tardes de sábado andando a caballo y riendo de cualquier cosa que decían.

–          Siempre llego a la misma hora Madie, ¿Qué esperabas? – Río Savannah al ver la expresión rara que su amiga había puesto al escuchar aquellas palabras, pero mientras ella trataba de calmar a su amiga se dio cuenta que Cameron la había reconocido y se dirigía justamente a hablarle.

El chico había observado todo cuanto había pasado desde que había escuchado el nombre de Savannah, había volteado a ver a quién se dirigía el grito vió a una chica que le pareció hermosa y se sorprendió al descubrir quién era, por lo que esbozó una sonrisa y se preguntó cómo no se había dado cuenta adentro del tren, comprendió la respuesta cuando su amigo lo llamó diciendo: – ¿Entendés lo que te explicaba? – habían estado discutiendo todo el viaje de cómo iba a ser su gestión durante el tiempo que estuviera en Greenville pero Cameron no quería escuchar ni un consejo y menos viniendo de él, a pesar de que era su amigo, hacía mucho que no era el mismo, y muchas veces pensó que se debía a su amor por el poder. Otra razón era que Savannah ya no era la de antes, la muchacha había cambiado tanto desde el último día de secundaria, reconoció que era muy bella y tenía aires de una madurez  que antes no tenía, no la recordaba así pero tampoco se olvidó de ella. Cameron asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta de su compañero y empezó a caminar hacía Savannah.

Pero, cuando ésta se dio cuenta de lo que pasaba, dijo a su amiga que se le hacía tarde y empezó a recorrer el camino hacia la universidad. Maddie parecía entre divertida e intrigada por este nuevo deseo de su compañera por llegar 20 minutos antes a su primera clase, sin embargo la siguió teniendo que correr un poco a su lado, porque sobre que Savannah era más alta que ella caminaba como si estuviera escapando disimuladamente de alguien, y así era, pero Maddie no lo sabía.

Cameron las siguió y a mitad de camino comenzó a gritar su nombre.

Tenía una voz potente y muy grave, cosa que Savannah no había notado nunca, pero sabía que se trataba de él y cómo su amiga se detuvo diciendo: – El guapo de atrás dijo tu nombre -, ella tuvo que detenerse también. No sabía porque pero no quería cruzarse con él, su mente había batallado durante todo el viaje en tren sobre cómo debía enfrentar la situación y había decidido que lo mejor era olvidarlo pero así no lo iba a lograr.

–          Savannah – gritó en el último aliento Cameron, cuando la alcanzó tomo aire y continuó hablando – ¿Te acordás de mí? Cameron Ruke, iba con vos en secundaria-.

En ese momento Savannah notó que aunque ya era un hombre de negocios y estaba mucho más guapo y maduro que antes, era el mismo Cameron en su interior y eso la hizo sonreír. Asintió diciendo: -Por supuesto que me acuerdo de vos, ¿Cómo has estado?- el chico la miró, de cerca se veía aun más hermosa, no podía creer cómo es que había ignorado lo que sentía por esa chica durante su secundaria.

Cameron se enamoró de Savannah un día en su tercer año cuando vio como ella tomaba el control de una situación que se había creado entre algunos compañeros, con plena calma y una sonrisa, haciendo en poco tiempo que todo se resolviera, recordaba ese día como un hecho muy cercano. Sin embargo, ese mismo año perdió a su mamá que tenía cáncer de pulmón, vio a su padre tan desilusionado y triste que decidió que nunca se enamoraría y la siguiente vez que vio a Savannah, la ignoró por completo, eliminó todo sentimiento que sentía y que podría haber sentido por ella y por cualquier otra chica. Ya era algo que le salía natural, no se había enamorado de nadie nunca más, y muchas habían intentado conquistarlo, incluso su padre le había presentado a algunas chicas, pero él no quería a ninguna. No entendía muy bien porqué, después de tantos años se había preguntado qué era lo que lo seguía deteniendo a enamorarse.

-Bien, he andado bien ¿y tú?- Savannah notaba el brillo en sus ojos cuando hablaba mirándola, y por primera vez en toda su vida sintió que él la tenía en cuenta y que había algo entre ellos, pero no dejó que ese pensamiento ocupara su cabeza demasiado tiempo, no estaba segura de lo que podía pasar. –Sí, bien, perdón llegamos tarde- dijo ella sabiendo que todavía faltaban unos 15 minutos para su clase, lo cual su amiga hizo saber a los presentes: -¿Tarde? No sé qué te pasa, ¿Se adelantó tu reloj? Porque todavía falta una eternidad para la primera clase- ella rió y su amiga casi se le va al cuello.

Pero Cameron notó su incomodidad y comprendió que su antigua compañera no tenía la menor intención de hablar con él. Se entristeció, pero dijo: -No, está bien, nosotros llegamos tarde también- miró directamente a los ojos de Savannah y notó como le brillaban sus ojos verdes detrás de un mechón castaño que le caía sobre la cara.

Ella se sintió mal al dar la impresión de que no quería hablar con él, siempre le habían dicho que sea cortés y respetuosa y ahora no estaba haciendo ninguna de las dos cosas, después de todo Cameron era solo un viejo amigo que quería pasar un rato: – ¿Van hacia la universidad?, podríamos caminar juntos en ese caso – cuando terminó la frase dirigió una sonrisa a Cameron y cuando se dio vuelta para comenzar a caminar noto que Madie le guiñaba el ojo y en seguida se le acercó para susurrarle: – Amiga, esa hermosura está totalmente a tus pies -, Savannah rió por la ocurrencia de su amiga y continuaron su camino.

Ninguno de los dos hablaban, solo Maddie y el amigo de Cam, que no había sido presentado hasta que “la chica de la boca in-callable”, como solía llamar Savannah a su amiga, preguntó y el chico respondió: – Daniel – muy serio. Daniel parecía bueno, era un poco más bajo que Cameron, tenía ojos oscuros que combinaban con su pelo, la tez blanca y vestía unos jeans y una camisa azul. No parecía tan hombre-de-negocios como su compañero, pero parecía serio en lo que hacía.

Llegando a la entrada, debían separarse, Cameron y Daniel debían ir a un pabellón y las dos chicas a otro, se despidieron amablemente, pero antes de dejarla

Cameron agarró del brazo a Savannah suavemente, y le susurró en el oído para que ninguno de los otros dos escuchara: – ¿Te gustaría ir a almorzar conmigo más tarde? – miró a la chica desde muy cerca.

Savannah se sintió sofocada por la proximidad, tanto que sin meditar dos veces su respuesta dijo un suave “Sí”.

Cameron esbozó una sonrisa haciendo a su vez que ella sonriera también pero con nerviosismo.

No entendía bien la situación. Los ojos del chico, su madurez, su seguridad, todo la había llevado a decir que sí. Aunque no estaba segura. Durante mucho tiempo había deseado que llegara ese momento en que él la invitara a salir, pero no es eso lo que había decidido en el tren, esperaba que el chico desapareciera totalmente de su vida. Su corazón respondió por ella en ese momento, y la voz con la que aceptó la invitación de Cameron le pareció casi ajena, no comprendía aún en qué momento había considerado el aceptarla. Estaba hecho, ya no era momento para negarse y el chico al frente de ella parecía muy ilusionado. Terminaron de acordar detalles, se saludaron con un beso en la mejilla y cada uno dio media vuelta en su propia dirección.

El corazón le saltaba de alegría, al fin se había decidido, iba a ponerse de novio con esa chica. Se iba casar con esa chica, tanto tiempo sin amar a nadie y Savannah lo había cambiado en dos segundos. Era el destino, estaba seguro.

Savannah no pudo prestar atención a ninguna de sus clases de la mañana, su cabeza no paraba de repetir las imágenes desde el momento en que Cameron reapareció en su vida hasta que la invitó a almorzar más tarde. Intentaba encontrar el momento en que se quebró, el momento en que sus emociones dejaron de responder a la razón y tomaron las riendas de la situación, no podía encontrarlo. Muchas veces encontró a Maddie llamándola en voz alta para que ella bajara de su nube y prestara atención, pero no había caso, su cerebro llegaba a conectarse dos segundos pero luego volvía a irse hacia el chico que la había invitado a almorzar.

Cameron no dejaba de pensarla. Definitivamente debían estar juntos, no entendía cómo podía haber sido tan estúpido en dejarla ir. Daniel lo llamaba y lo volvía a la clase. El no dejaba de mirar su Rolex. Había sido el regalo que su padre le había dado cuando se recibió.

Llegó el medio día, su última clase finalizaba a las 13:05 y esos últimos cinco minutos, además de hacerse interminables, se llenaron de preguntas sobre de que iban a hablar, si él la estaría esperando cuando acabara, y muchas otras. Cuando dieron por terminada la clase Maddie preguntó a Savannah si le gustaría almorzar con ella, por supuesto que se negó, su amiga se encogió de hombros, se saludaron y se separaron. A Savannah le sorprendía lo desinteresada que llegaba a ser su amiga, o despistada, cualquiera de las dos opciones se consideraba válida.

El momento había llegado, y a Savannah ya se le iba formando la idea de una hermosa relación. Caminaba rápido hacia el lugar en que debían encontrarse. Decidida, ya se había ido la inseguridad de ese reencuentro. Era como tenía que ser, como siempre tuvo que ser. El destino daba mensajes directos. Estaba feliz, el bar quedaba a unas cinco cuadras, se debían ver en diez minutos así que iba a llegar a horario. Cuando entró, se sentó en una mesa al lado de la ventana. Conocía el lugar, había estado varias veces con Maddie. Era muy iluminado, las mesas estaban distribuidas de manera que quedase espacio en el centro para que las parejas bailaran. En cada mesa había un adorno de flores frescas que perfumaban el ambiente. Cuando la mesera se acercó a tomar el pedido, la chica le contestó que volviera en unos segundos porque esperaba a alguien.

Al otro lado del campus, Cameron se dirigía a paso rápido hacia el lugar de encuentro. Se había despedido de su amigo sin darle explicaciones sobre a dónde se dirigía. Caminaba casi corriendo, ya llegaba tarde, miraba su reloj cada dos pasos.

Savannah empezaba a impacientarse, ya habían pasado veinte minutos desde la hora acordada. Iba a esperar diez minutos más y se iba a ir, nadie la iba engañar así. ¿Pero y si le había pasado algo? Se preocupó.

Veinticinco minutos, Cameron apretaba el paso cada vez más. Miraba su reloj, no llegaba más. Necesitaba ir más rápido, quería volar. ¿Qué pasaba si se iba? La iba a perder para siempre. El estaba dispuesto a empezar a amar.

Ya era suficiente, Savannah se sentía mareada, decidió que ya era hora de irse. Salió por la puerta hacia el lado opuesto por el que había llegado y se dirigía más al centro de la ciudad.

Cameron llegó a la esquina y vio que Savannah se alejaba por la vereda del frente, venía un auto de lejos, el gritaba su nombre.

Savannah escuchó una frenada muy fuerte a sus espaldas y se dio vuelta. Vio un auto parado frente al cuerpo de alguien. Y entonces un miedo inexplicable se apoderó de ella, no podía explicarlo era un sexto sentido. El hombre del auto gritaba por ayuda, y ella se acercó. Las lágrimas empezaron a caer incontrolablemente, un temblor se apoderó de su cuerpo y cayó al suelo. Al lado, el cuerpo de Cameron. Con una mano le acarició la mejilla. Llegaron ambulancias y los médicos se bajaron rápido lo subieron a una camilla para intentar revivirlo, pero nada funcionó.

Cameron cruzó la calle, pero el auto venía más rápido de lo que pensaba, no alcanzó a volverse a la vereda. Al ver que lo tenía prácticamente encima se paralizó por el miedo, de repente… el impacto. Cayó frente al auto, sentía dolor intenso en todo su cuerpo, un líquido caliente lo cubría y los oídos le zumbaban. En su último aliento, vio a Savannah acercándose, su cuerpo, su pelo tirado hacia atrás por el viento mientras ella corría hacia él. Sus ojos en profundo temor. Cameron la sintió a su lado y el tacto de su mano tibia y suave…

Tiempos


El PASADO es nuestro refugio. Es el nido de las causas. Nos apoyamos en él para excusarnos. Lo lamentamos, lo reímos, lo apreciamos, lo criticamos, lo culpamos. A veces lo inventamos o tergiversamos. Lo miramos, lo remiramos, lo intentamos comprender. Queda atrapado en fotos, en memorias, en lágrimas y sonrisas. Para todo esto tenemos que caminar mirando hacia atrás. No podemos parar, el tiempo no se detiene, los días no dejan de pasar, aunque queramos seguir en el pasado.

Seguimos caminando en el PRESENTE, ese ahora que se modifica con cada paso, cada tropiezo, cada erro, cada acierto. Los “ahora” son instantes y cuando pasan son colección del pasado. El presente es consecuencia de todo lo anterior. Algunos entienden que es nuestro hogar otros no. También es causa, del momento siguiente,  pero esta es una causa controlable y variable. Es instantáneo, rápido y fugaz. Es momento de acciones, pensamientos y reflexiones rápidas pero bien consideradas. Es el tiempo de cambio, tiempo de entender que las decisiones repercuten directamente al siguiente “ahora”. Es momento de curiosidad, de preguntas como ¿Por qué no?

El FUTURO es misterioso, desconocido por lo tanto tenebroso. El futuro es la última consecuencia. Es el resultado de las decisiones y acciones de los tiempos anteriores. Es incierto pero es un hecho. Se nos avecina como avalancha, está sobre nosotros permanentemente. Vivir sólo pensando en él es dejar lo demás en blanco, El futuro es el lienzo vacío que cada uno comienza a pintar cuando y como lo desee.

Cada “ahora” es la consecuencia del anterior y la causa del siguiente. Somos cadenas de momentos, cada eslabón es un momento que no se separa del anterior y se une directamente al siguiente, la construcción debe ser cuidadosa y lo mejor posible para que no afecte a la siguiente. Para lograr eso, sólo podemos concentrarnos en el instante en que estamos hoy y ahora y vivirlo lo mejor posible.

Cierro con mi frase favorita:

“El ayer es un recuerdo, el mañana un misterio, pero el hoy es un regalo, por eso le decimos presente”